"El fútbol me sacó de una guerra"
Detrás del goleador implacable y jugador sensación de este Racing puntero hay una persona que sufrió en carne propia la pobreza, la violencia y el miedo a la muerte desde niño, en un barrio de Barranquilla. Pasá y leé su historia.
Eran tiempos muy duros, ásperos, siniestros. La pobreza golpeaba con la fiereza de sus puños a ese barrio agitado de Barranquilla. Después de una de las prácticas en Junior, en una tarde como tantas otras, Teófilo Antonio Gutiérrez Roncancio entró a su humilde vivienda, allá por 2005, y se encontró con una escena repetida: Doña Cristina, su madre, lloraba de forma desgarradora, agobiada ante la enésima amenaza de desalojo por falta de pago del alquiler. “Mami, quedate tranquila que cuando sea futbolista te voy a regalar una casa”, la consoló su hijo con una promesa que hace dos años cumplió. “Me acuerdo esto: siempre le pedía a Dios que me diera la oportunidad de juntar unos pesos para poder comprarles una casa a mis padres. Lo pude hacer en 2009. Fue lo mejor que conseguí en mi vida. Ahora viven en otro barrio, aunque no es de un estrato social alto porque ellos prefirieron quedarse en zonas más o menos y mantenerse cerca de sus amigos”, le cuenta a Olé el colombiano, el máximo goleador del torneo (con cinco tantos) junto con Fuertes y Maggiolo. La figura, la sensación de un Racing puntero en soledad. El hombre que recorrió una etapa espinosa de su vida antes de convertirse en un goleador impiadoso.
Detrás de la serenidad con que deslumbra en sus definiciones se esconde un pasado colmado de nervios, de miedos, de muertes, de llantos, de angustias. Nacido el 17 de mayo de 1985, este delantero que se hizo hombre en la adversidad se crió en el barrio La Chinita, azotado por el pánico habitual que causaban los tiroteos entre dos pandillas (Los Malembes y Los Patrullas) que se peleaban ferozmente por liderar el territorio. La cruel disputa se cobró la vida de jóvenes, niños e inocentes. Arrasaba con casi todo, pero Teo zafó: “El fútbol me sacó de una guerra, de todos los problemas de violencia. Siempre tuve la mentalidad de llegar a ser alguien en la vida. El talento siempre lo tuve y mis padres fueron los que me inculcaron el fútbol”.
El pequeño Teo, el segundo entre sus cinco hermanos, habitaba una esquina que era denominada La Raya, dado que allí se marcaban los límites de los dos sectores de las pandillas. Sus padres intentaban alejarlo de juntas que pudieran perjudicarlo y estaban acostumbrados a colocarlo debajo de la cama para dejarlo a salvo de los balazos. “Una vez yo estaba en la puerta de la casa y un malembe les disparó a unos patrullas. Una de las balas me pegó a mí en la hebilla. Menos mal que ninguno de mis hijos estaba ahí en ese instante”, rememora Teófilo Gutiérrez Castro, papá del, por aquel entonces, fino volante de creación, al cual llegaron a apodar Valderrama debido a que su juego era considerado parecido al del Pibe.
Mamá Cristina, la persona que le transmitió su profunda religión por Dios, evoca que “siempre supe que tendría éxito. Me hablaba con mucha seguridad. Sé que va a ir muy lejos”. No se equivocó.
-Teo, ¿cómo eran tus días en el barrio La Chinita?
-Tenía miedo todo el tiempo. Debíamos estar encerrados, muy precavidos porque podía aparecer alguien y empezar a disparar. De todo eso se aprende y se crece como persona.
-¿Creés que si no fuera por el fútbol todavía estarías en ese contexto?
-Claro, pero tuve mucha constancia y salí de eso. Mis padres me dieron muchos consejos. También le agradezco a la gente que me llevó a Junior y me hizo debutar en Primera. Tuve mucha dedicación en todos los sentidos. Soy quien quiero ser: un gran profesional, muy disciplinado. De un barrio tan humilde saqué cosas positivas.
-¿Como cuáles?
-Por ejemplo, antes de llegar a Junior, jugábamos en la villa. Los partidos eran por plata, por la gaseosa. Fueron los que me enseñaron la picardía para jugar al fútbol profesional.
De tanto cruzarse pandilleros, Teo trabó amistad con uno de ellos. Mientras en los 90 se la pasaba pateando pelotas, conoció a John Gabriel Padilla, quien le inculcaba que jamás lo tomara como ejemplo y lo inducía a volcarse de lleno a la carrera deportiva. Un tiempo después su compinche, el mismo que supo obsequiarle zapatillas de marca y le prestó dinero para viajar en colectivo a las prácticas, falleció en un enfrentamiento. Con el sentimiento de gratitud, Teófilo le dedicó su primer gol oficial, el 2 de septiembre de 2007, en un 4-2 sobre Once Caldas.
-Ahora que te está yendo tan bien, ¿recordás mucho aquella época?
-Sí. Es lindo este momento. Pero siempre tienes que acordarte de dónde vienes para saber adónde vas. Nunca podés perder la humildad. Por eso, cuando puedo, vuelvo a mi barrio a comer con mi amigos.
Entre los valores fundamentales que mamó en su infancia figura la familia. Tanto que, antes de arribar a Racing, les avisó a los dirigentes: “Le dije a la dirigencia que si querían que rindiera al 100%, me ayudaran a traer a mi esposa e hijos”. Hoy Teo es seguido por las luces del Racing líder. Aunque no se olvida de aquellas sombras.
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